Jefté

Uno de los últimos (11000 a.C.) jueces hebreos (Jue. 11.1–12.7, cuyo nombre "probablemente sea abreviatura de ‘Dios abre (la matriz)’, que se cita como nombre propio en sabeo". Hijo de una prostituta pagana común y de Galaad, que hasta entonces no había tenido hijos, Jefté pensó que había sido desheredado ilegalmente por los hijos menores legítimos de Galaad. Huyó a la tierra de Tob. Desde allí él y los renegados que se le unieron incursionaron contra aldeas y caravanas, y al igual que la banda de David (1 S. 22.2; 27.8–9; 30) puede haber protegido las aldeas israelitas de las tribus merodeadoras, quizás incluidos también los amonitas.

Cuando los israelitas en la Transjordania se vieron amenazados por una invasión de los amonitas en gran escala, los ancianos de Galaad invitaron a Jefté a ser su comandante. Consintió solamente cuando le prometieron que seguiría dirigiéndolos (es decir como juez) cuando cesara la lucha. Este pacto se confirmó con juramentos en Mizpa (Gn. 31.48–49). Jefté usó primero la diplomacia para disuadir a los amonitas del ataque, pero fracasó (Jue. 11.12–28).

Después de haber recibido, por el Espíritu de Dios, coraje e ingenio para la tarea que tenía que realizar, Jefté pasó por Galaad y Manasés para reclutar mayor número de hombres. Luego cruzó el Jaboc hasta el cuartel general israelita en Mizpa. Allí, antes de iniciar la campaña contra los amonitas, hizo un voto (neder) ante su Dios, práctica común de los pueblos antiguos antes de la batalla. Jefté intencionalmente prometió a Yahvéh un sacrificio humano, probablemente pensando en un esclavo, debido a que un solo animal no habría significado casi nada para un jefe del pueblo. La traducción en la LXX, "quienquiera que viniere", indica desde hace mucho que esta es la interpretación correcta. El versículo 31 debería decir: "Entonces quienquiera se adelantare … será del Señor, y yo lo ofreceré en holocausto." Jefté vivía entre paganos que ofrecían sacrificios humanos a las deidades paganas (2 R. 3.27), y en una época en la que poco se conocía o practicaba la ley de Moisés. Jefté puede haber supuesto sinceramente (aunque equivocadamente, Lv. 18.21; Dt. 12.31), "que Jehová tenía que ser propiciado con una ofrenda tan costosa como las que se habían desangrado en los altares de Quemos y Moloc.

Después de vencer a los amonitas por fe (He. 11.32) Jefté retornó triunfalmente a su casa en el cuartel general, para ser recibido por su única hija, que encabezaba una procesión en celebración de la victoria (1 S. 18.6; Ex. 15.20). Con gran pesar Jefté comprendió que debía cumplir su voto ofreciéndola en holocausto, que siempre se quemaba). No la ofreció a una vida de celibato (práctica que no se aplicó hasta la época del rabino Kimchi), porque no se registra que las siervas del tabernáculo o el templo tuvieran que ser vírgenes (Ana estaba casada, Lc. 2.36).

Jefté fue tan severo con sus hermanos los efraimitas como lo había sido con sus enemigos los amonitas y consigo mismo con respecto a su hija. Ofendidos quizas porque no habían participado de la victoria, los efraimitas amenazaron su vida. Jefté respondió con violencia, y llevó a cabo una matanza despiadada en el Jordán (Jue. 12.1–6).