Isaac (hebreo ‘ríe’ o ‘risa’).
Abraham rió cuando recibió el anuncio del nacimiento de Isaac (Gn. 17.17), y posteriormente también Sara rió ante la idea de que tendría un hijo cuando era de edad tan avanzada (Gn. 18.12–15). Al nacer Isaac, cuando Abraham tenía 100 años de edad, Sara declaró que Dios la había hecho reír (Gn. 21.6). Ismael rió el día que Isaac fue destetado (Gn 21.9). Es difícil descubrir un sujeto exacto para el verbo, y posiblemente lo mejor es tomar la forma impersonalmente. Algunos eruditos traducen "Dios ríe", pero hay poca base para esta interpretación.
Los dos grandes hechos de la vida de Isaac giran alrededor de su nacimiento y su casamiento, y la razón de esto es que él era la simiente por la cual había de continuar la línea de la promesa. Abraham había sido objeto de una dura prueba con respecto a la promesa de simiente, y luego, a una edad avanzada, cuando ya estaba prácticamente muerto, vino la simiente. Así vemos que Dios cumple sus propósitos en el cumplimiento de las promesas hechas a Abraham (Gn. 12.1–3), aun cuando el hombre piense que es imposible que se cumplan.
En la fiesta en la que se celebraba el destete de Isaac, el resentimiento de Sara se hizo evidente al ver a Ismael "jugando" con su hijo Isaac. En consecuencia, Agar e Ismael tuvieron que abandonar la casa (Gn. 21). Entonces Dios probó a Abraham, ordenándole que sacrificara a su hijo Isaac. Abraham obedeció, y el Señor intervino e hizo aparecer un carnero para el sacrificio. Luego se renueva la promesa de que Abraham tendría una numerosa descendencia (Gn. 22).
El segundo hecho significativo en la vida de Isaac es su casamiento. Ya fue un milagro que hubiera nacido, poco tiempo después de lo cual podría haberse pensado que iba a morir. ¿Cómo, entonces, podía ser él la simiente prometida? Vivió, sin embargo, y la atención se centra sobre su casamiento, porque a través de él debe continuar la línea de la promesa. Abraham se preocupa de que así sea, y envía a su siervo de más edad a tomar esposa para Isaac en Harán, su país de origen. Rebeca, hija de Betuel, sobrino de Abraham, se evidencia como la novia buscada, y voluntariamente abandona el hogar para acompañar al sirviente. Isaac la recibe y la lleva a la tienda de su madre. Isaac y Rebeca se casan, y nace el amor en respuesta a la cortesía y la consideración de Isaac (Gn. 24).
Rebeca fue estéril durante 20 años, y nuevamente podría haberse creído que no se iba a producir la simiente prometida simplemente por los medios naturales de paternidad, sino por intermedio del poder creador sobrenatural de Dios. La esterilidad de Rebeca hace que Isaac ruegue al Señor, quien anuncia a Rebeca que dos niños luchan en su seno (Gn. 25.22–26). Estos dos niños, que representan dos naciones, siguen caminos mutuamente hostiles. Isaac mismo permanece peregrino en la tierra y, en lugar de ir a Egipto en tiempo de escasez, se queda en Gerar. En un momento crítico, al igual que Abraham, trata de proteger a su esposa haciéndola pasar por su hermana. Después de reñir con los pastores de Gerar se traslada a Beerseba, y finalmente llega a un acuerdo con Abímelec. Surge antagonismo mutuo entre Isaac y Rebeca a causa de las acciones de Jacob. Isaac, engañado, pronuncia la bendición paterna sobre Jacob y un devoto deseo profético sobre Esaú. Isaac muere a la edad de 180 años y es sepultado por sus hijos, Esaú y Jacob.
En el NT se menciona su nacimiento como hijo de la promesa en Ro. 4.6–21; 9.7–9. En Gá. 4.22–31 se alegoriza sobre la separación entre él e Ismael. En He. 11.17–19 y Stg. 2.21–23 se recuerda cuando su padre lo iba a sacrificar (para su influencia posterior, como en Ro. 8.32a). En Ro. 9.10–13 se habla de él como padre de Esaú y Jacob; y, como evidencia de su fe, He. 11.20 menciona a bendición que pronunció para ambos hijos.