Jacobo

Hermano de Jesús, mencionado con sus hermanos (¿menores?) José, Simón y Judas (Mr.6.3. A juzgar por Mt.12:46-50; Mr.3.31-35; Lc.8:19-21 y Jn.7:5, Jacobo no aceptaba la autoridad de Jesús durante el ministerio de éste, pero después de que se le apareció resucitado (1Co.15:7), llegó a ser un líder importante de la iglesia judeocristiana de Jerusalén (Hch.12:17; Ga 1:19; 2:9).

Evidentemente se le considera apóstol (Ga 1:19) cuyo Campo misionero fueron los judíos (Ga.2:9), en especial los de Jerusalén. En esta iglesia madre, Jacobo es la primera de tres “columnas” con quienes Pablo dialogó al principio de su ministerio, y de quienes recibió reconocimiento por su mensaje (Ga.2:7-10). Más tarde ciertos emisarios que reclamaban la autoridad de Jacobo, pero que probablemente exageraban su postura, sugirieron que en la iglesia de Antioquia los gentiles y los judíos comieran en mesas separadas. Pablo rechazó con vehemencia esta idea (Ga.2:lls).

Hechos 15:1-29 describe el primer concilio de la iglesia (cuya relación con los encuentros de Ga 1 y 2 es difícil de precisar). Este concilio se celebró en Jerusalén, y Jacobo lo presidió. En esta ocasión se acordó recomendar a los gentiles recién convertidos ciertas prácticas que facilitaran el compañerismo de mesa con los judeocristianos. Más tarde, Jacobo también sirvió de mediador entre un grupo de judeocristianos que deseaban imponer la Ley Mosaica a todos los cristianos, y el grupo de gentiles conversos, desde luego no querían aceptar esta obligación. Las simpatías judías de Jacobo se ponen de relieve en la sugerencia que hace a Pablo cuando este visita a Jerusalén por última vez (Hch.21:17-26).

La tradición posterior (Hegesipo, primitivo historiador cristiano ca. 180 d.C.; y el Evangelio según los Hebreos, (Evangelios Apócrifos) exalta el papel de Jacobo, llamándolo “el justo” y presentándolo como muy reverenciado por su piedad y apego a la Ley. Hegesipo y Josefo relatan su martirio (ca. 62), lapidado a instigación de los saduceos.

Eusebio de Cesarea cita a Josefo en el sentido de que las miserias y horrores del sitio de Jerusalén se debieron al castigo divino por el asesinato de Jacobo. Se convierte en mártir al ser apedreado por instigación del sumo sacerdote Anano durante el interregno después de la muerte del procurador Festo en el 61 D.C.

Escritores posteriores describen a Jacobo como obispo e incluso como obispo de obispos. Según Eusebio, la silla episcopal todavía estaba en exhibición en Jerusalén en el tiempo en que escribía su Historia eclesiástica (en el año 324)

La tradición asigna a Jacobo la paternidad de la carta de Santiago (Stgo.1:1; cf. Jud 1).