Pablo

Se considera el primer teólogo y el misionero más grande de la cristiandad, también llamado el Apóstol de los Gentiles.

Nació en Tarso (hoy Turquía) y sus padres, fieles cumplidores de la religión judaica, lo llamaron Saulo como al antiguo rey hebreo y al octavo día fue circuncidado como estipulaba la Ley judía, además en Hch. 23:16 se menciona que tenia una hermana. Se educó con el máximo rigor de acuerdo con la interpretación farisaica de la Ley y como judío joven de la Diáspora (la dispersión de los judíos en el mundo grecorromano), escogió el nombre latino de Pablo, por su similitud fonética con el suyo.

Sus cartas reflejan un conocimiento profundo de la retórica griega, algo que sin duda aprendió de joven en Tarso, pero sus modelos de pensamiento reflejan también una educación formal en la Ley mosaica quizá recibida en Jerusalén del famoso maestro Gamaliel el Viejo durante la preparación para convertirse en rabino. Destacado estudioso de la Ley y defensor acérrimo de la ortodoxia judía (ver Ga.1:14; Flp.3:6), su celo lo llevó a perseguir a la Iglesia Cristiana en sus inicios por considerarla una secta hebrea contraria a la Ley y que debía ser destruida (ver Ga.1:13). En los Hechos de los Apóstoles se relata su participación como testigo en el lapidamiento del joven Esteban, el primer mártir cristiano.

Se convirtió al cristianismo tras experimentar una visión de Cristo durante un viaje de Jerusalén a Damasco (Hch 9:1—19; 22:5—16; 26:12—18), que implica obviamente un cambio de una a otra religión. Para él, esta revelación de Jesucristo suponía la señal del fin de todos los credos y, por tanto, de todas las diferencias religiosas (ver Ga. 3:28). En cambio habla con reiterativa insistencia de que Dios "lo llamó" al cristianismo y a la evangelización de los gentiles. Aunque reconoció la legitimidad de su misión entre los judíos, como la llevada a cabo por Pedro, estaba convencido de que el cristianismo era una llamada que Dios hacía a todas las personas al margen de los requerimientos de la Ley judía.

Según el conocido relato contenido en los Hechos de los Apóstoles, Pablo llevó a cabo tres viajes misioneros definidos de forma clara. Sus cartas revelan que su itinerario misionero se guió por tres preocupaciones principales:
(1) su vocación por evangelizar territorios aún no hollados por otros evangelistas cristianos, de ahí sus planes para dirigirse por el oeste hasta España (Ro 1:14 y 15:24—28);
(2) su interés por volver a visitar sus propias congregaciones cuando surgieron problemas, como, por ejemplo, sus diversas visitas a Corinto, y
(3) su inquebrantable determinación por entregar él mismo en la Iglesia judeocristiana de Jerusalén el dinero recolectado en sus iglesias gentiles. Aunque los eruditos no captan de forma convincente los motivos de Pablo en este empeño, lo cierto es que abrigaba el propósito de unificar las iglesias de su misión gentil con las de los judíos cristianos de Palestina.

Por los Hechos de los Apóstoles sabemos que fue preso en Jerusalén tras los disturbios provocados por sus antagonistas judíos, y que fue conducido a Roma. En el mismo texto se refiere también a la posibilidad de su muerte (ver Hch.20:24; 20:38). Lo más probable es que fuese ejecutado en Roma en el año 62.

El Nuevo Testamento contiene trece epístolas que llevan el nombre de Pablo como autor, siete de ellas escritas por él casi con toda certeza: 1ra los Tesalonicenses, a los Gálatas, 1ra. y 2da. a los Corintios, a los Romanos, a los Filipenses y a Filemón. Estas cartas, en las que a veces habla de su experiencia personal y su obra, son la principal fuente de noticias concretas sobre su vida y la mayoría de los eruditos se concentran en ellas, consultando los Hechos de los Apóstoles como una fuente subsidiaria.